José Bermejo y Carballo, el cofrade que cambió el rumbo de la Hermandad de las Siete Palabras

Articulo BermejoHace ahora ciento veinticinco años el secretario primero de la Archicofradía de las Siete Palabras, Luis G. de Güeto, escribía una diligencia en el libro de actas de la hermandad haciendo constar el fallecimiento del hermano mayor, José Bermejo y Carballo. El hondo dolor que causó a la corporación se refleja en los funerales que se celebraron un mes después. Tuvieron lugar en la capilla de la hermandad, cuyos altares estaban enlutados con frontales negros, colocando una vistosa alfombra y delante se formó un catafalco cubierto con un paño de terciopelo negro bordado en oro y gran número de blandones, colocando sobre el catafalco la vara de hermano mayor enlutada con un crespón negro y a la cabeza del catafalco, en el lugar que debía ocupar la cruz parroquial, se puso el estandarte envuelto en crespones que caían sobre dicho catafalco.

Ese mismo día se colocó en la entrada de la capilla la lápida que aún permanece en memoria del quizás más importante hermano mayor de su historia. De hecho, en diciembre se celebraron elecciones y el cargo de hermano mayor quedó vacante por ese año en su honor, eligiéndose como teniente de hermano mayor a Francisco Caballero de Vargas. El Miércoles Santo de 1889 no se cubrió tampoco su puesto en la presidencia de la cofradía y la vara de hermano mayor se colocó en el paso con crespones negros1.

La vinculación de José Bermejo y la Archicofradía de las Siete Palabras se remonta al 7 de julio de 1850, según reza en el libro de entrada de hermanos2, día en que asistió además a un cabildo general, ingresando junto a otros nuevos hermanos como José Baena, Antonio Bouzada, Manuel del Castillo, Manuel Tirado y José Guerra Guzmán, y al que asistieron cuatro antiguos hermanos: Tadeo Chaves, conde de Casa Chaves (hermano mayor), Rafael Manso Domonte, marqués de Rivas de Jarama (secretario), y Antonio y Benito Janin. El 21 del mismo mes se celebraron elecciones y fue elegido secretario3.

Pero ¿cómo llegó Bermejo a Las Siete Palabras? En el proceso de organización de los actos de los actos del CXXV aniversario de su fallecimiento, hemos tenido la ocasión de contrastar datos e ideas sobre la personalidad de José Bermejo, conociendo su labor en distintas hermandades, recopilando y obteniendo nuevos datos biográficos y ello nos induce a pensar cómo pudo suceder. Para ello es oportuno leer lo que él mismo escribió sobre el intento, luego frustrado, de reorganizar la hermandad en 1850: “En el año de 1850 llegó á manos de una persona devota una copia de la regla de esta hermandad. Su lectura impresionó tanto a esta persona y a otra de iguales inclinaciones, que unánimes resolvieron restablecer la corporación. Inscritas al intento en ella, con un corto número de individuos, se celebró cabildo en 21 de julio del propio año, y hechas las debidas elecciones se acordaron algunas cosas, dirigidas al expresado fin; mas la temprana muerte del autor de la empresa, y las dificultades naturales de la misma, impidieron por entonces su realización. A pesar de esto, la persona asociada del autor, trató de averiguar el paradero de los instrumentos del archivo de la hermandad; y habiendo conseguido adquirir algunos papeles, salvados providencialmente de su ruina y destrucción, los guardó cuidadosamente, para que en ocasión oportuna sirvieran para el restablecimiento de la misma”4.

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Izquierda: Inscripción de José Bermejo en la Archicofradía de las Siete Palabras el 7 de julio de 1850, siendo recibido por Rafael Manso Domonte, marqués de Rivas de Jarama, secretario
Derecha: La firma de José Bermejo, presente en tantos y tantos documentos de la hermandad que él presidió durante treinta años

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Escrito dirigido por José Bermejo al provisor y vicario general en solicitud del reconocimiento de la antigüedad de la hermandad y de su sitio el Miércoles Santo

Creemos que la “persona devota” a la que se refiere Bermejo es a sí mismo, y sobre cómo llegó a él una copia de la regla de la hermandad, apuntamos la posibilidad de que fuese a través de Rafael Manso, quien protagonizó la reorganización de la hermandad en 1797, pero cuyas ocupaciones no le permitieron desarrollar en ella toda la actividad que le hubiese gustado a lo mejor. Manso pudo conocer –pese a la diferencia de edad- a Bermejo en el desarrollo profesional, y conocedor de su llamémosle afición a las cofradías y sobre todo a reorganizarlas –pues ya era hermano y había participado en la revitalización de la Amargura, Pasión y los Negritos en la década anterior- le podría haber indicado la posibilidad de integrarse en esa antigua hermandad, prácticamente desconocida para cualquier cofrade de la época, pero que conservaba su capilla y sus documentos. Faltaba el factor humano para insuflarle el impulso necesario y quién mejor que Bermejo, cuya llegada fue providencial, como veremos.

En efecto, tras ese primer intento de 1850, llegó otro en 1858, cuando el 11 de abril se reúne la hermandad en cabildo general, logro que según el acta se debía “muy principalmente al celo de varios jóvenes de los concurrentes, que habiendo ingresado en la corporación aspiraban al restablecimiento de la misma”. Ya había fallecido el conde de Casa Chaves, y el marqués de Rivas de Jarama, que era el consiliario primero había consentido la celebra¬ción, que encabezaba el mayordomo, Manuel del Castillo. Se llevaron a cabo elecciones y resultó elegido como hermano mayor José Bermejo, que entonces contaba con cuarenta y un años de edad, y se facultó a la nueva junta para que “dispusiese y determinase lo que creyese oportuno en orden al restablecimiento de la Hermandad, facultándola de la manera más amplia para dicho fin”, estableciéndose la cuota de dos reales mensuales5.

A partir de entonces, Bermejo preside la hermandad hasta su fallecimiento, aunque no sin dificultades y sin una pequeña crisis que ocurrió en 1873. Ese año, al haberse proclamado la República el 10 de febrero, el cabildo general de salida acordó por veinticinco votos a favor y dos en contra hacer la estación a la catedral siempre y cuando se cumplieran tres condiciones: abono previo de las cuotas por todos los oficiales y diputados de la cofradía, salida de otras cofradías en el Jueves y Viernes Santos y seguridad de que no fuesen a producirse incidentes de orden público. Se facultó a la junta de gobierno para corroborar el cumplimiento de estas condiciones y se reuniese de nuevo para tomar la decisión final. El miércoles 2 de abril se reunió la junta de oficiales presidida por José Bermejo con la asistencia de Manuel Gutiérrez Reyes (teniente de hermano mayor), José Morquecho (consiliario), el mayordomo, el censor, el prioste, el secretario y otros cinco miembros de la junta. Tomó la palabra Bermejo para dar cuenta de los trámites realizados desde el cabildo de salida. Así informa de “la invitación que había recibido del Sr. Gobernador de la Provincia… y de las reuniones celebradas en el despacho de dicha autoridad”. Tras deliberarse se decidió no salir.

Sin embargo, sorpresivamente el Lunes Santo, 7 de abril se celebró un nuevo cabildo general de salida “a petición de varios hermanos y autorizado por el Teniente de Hermano Mayor en vista de la renuncia hecha por el Hermano Mayor D. José Bermejo”. A este cabildo asistieron cuarenta y seis hermanos, incluidos la mayoría de los oficiales de la junta de gobierno presididos por el escultor Manuel Gutiérrez Reyes. Éste dio cuenta al comenzar su intervención, de la renuncia de Bermejo que “hechas las oportunas preguntas no fue admitida”. La cofradía saldría finalmente, pero Bermejo no participaría en el cortejo, lo cual además nos ha privado de conocer su fisonomía, pues hay un grabado de Valentine Winston Bromley en que se dibuja la cofradía –entonces la presidencia vestía de etiqueta- y presidió Manuel Gutiérrez Reyes6. En las elecciones de ese mismo año, Bermejo volvería a salir elegido, seguramente porque el éxito de aquella salida hizo que el enfado por aquel cabildo al que no asistió se le pasara.

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Izquierda: Lápida colocada a la entrada de la capilla de la hermandad en San Vicente, que demuestra el afecto y admiración que la misma tuvo con tan destacado cofrade y la huella que él dejó en la misma
Derecha: Inscripción de José Bermejo en el libro de hermanos de la Hermandad del Rosario, siendo recibido por Juan Pedro Morales, secretario

De la labor de Bermejo como hermano mayor de las Siete Palabras podemos señalar que queda retratado en muchos aspectos que se observan leyendo la documentación que se conserva en el archivo de la hermandad. Algunos pocos conocidos los constituyen su labor como celoso defensor de los derechos de la hermandad. Al volver a salir la misma en 1864 no le fue reconocido el lugar que él pensaba, y elevó un escrito al provisor solicitando le fuese reconocido el que consideraba que, a la luz del llamamiento de 1775, en que fue incluida la hermandad pese a hacer décadas que no salía. Así, usó como argumento el que otras hermandades que se llevaron muchos años sin salir sí obtuvieron su puesto, poniendo como ejemplo a las de Los Negritos, Montserrat y la Soledad7. Evidentemente, en esto Bermejo sabía más que el provisor, pues llevaba años escribiendo su libro, y había participado en la recuperación de las salidas de la primera y tercera hermandades indicadas, con lo cual sus argumentos sirvieron para que el provisor le concediese la razón a la hermandad.

Otro ejemplo lo constituye el que lograse cobrar la dotación para aceite de la lámpara de la Virgen de la Cabeza fundada por Alonso Rodera en la Casa de la Misericordia, que hacía más de treinta años que no se cobraba, y que supuso mil doscientos nueve reales de ingresos que se aplicaron en la restauración de la propia imagen y su altar8.

Pero para comprender el alcance de la presidencia de Bermejo, baste comparar a la hermandad que él conoció en 1850 y la que él dejó en 1888: una corporación sin vida prácticamente, que conservaba la imagen del Cristo de las Siete Palabras de pasta y la Virgen de la Cabeza de gloria, y residente en una capilla, cuyo mantenimiento lógicamente le sería costoso y sin hermanos; pasó a ser una cofradía que en ese tiempo realizó dos pasos –uno primero más sencillo, hasta que logró ejecutarse el que hoy todavía mantiene-, todas las imágenes para el misterio, incluyendo la adquisición de la imagen del Cristo, los ropajes bordados, el juego completo de insignias, de la que ahora solo se conserva la cruz de guía y algunas varas, la recuperación de las primitivas túnicas blancas con escapulario encarnado…, pero sobre todo hay un dato que llama la atención cuando se compara lo sucedido con otras corporaciones. El 12 de octubre de 1868 se celebra junta de gobierno dando cuenta que la Junta Revolucionaria había decretado la incautación de la capilla en el contexto de la revolución conocida como La Gloriosa, que supuso el derrocamiento de Isabel II y el inicio del Sexenio Revolucionario. Atrás habían quedado casi tres siglos de historia ligados al convento del Carmen. La hermandad perdía una sede labrada a sus expensas, que tuvo que reconstruir, vendiendo incluso sus pasos, lo que le supuso un período de postración y dejar a un lado su carácter penitencial durante más de un siglo. No solo la sede física, sino los altares, que tuvo que construir varias veces en su historia, acabaron en manos del Estado, no percibien¬do la corporación nada a cambio.

Desde el punto de vista de la vida de la hermandad, le hizo tener que radicar en la parroquia de San Vicente Mártir desde donde, tras una anterior estancia provisional, ya de forma definitiva, como hermandad de penitencia más antigua del templo y conviviendo con las entonces residentes allí (Sacramental y Ánimas, y Rosario), con las que finalmente se fusionaría y con las que tantos hermanos compartía. La contrapartida fue el tener su sede en un templo en el que por entonces se celebraban numerosas misas y permanecía muchas horas abiertas al día, no teniendo que ser la hermandad la encargada de ello. Las ventajas y desventajas de tener o no templo propio siguen siendo hoy en día objeto de debate, lo cierto es que en la historia de la Archicofradía de las Siete Palabras supuso un punto de inflexión no tanto en aquellos momentos, pero sí de cara al futuro que le estaría por llegar. En efecto, los cultos revistieron mayor solemnidad, con la ejecución de un altar de quinario portátil, la actividad de la hermandad no se mermó, sino, al contrario, aumentó y logró un esplendor inusitado durante este período.

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Izquierda: Acta de cabildo general de la Hermandad del Rosario, entre cuyos asistentes, en sexto lugar, figura en el margen izquierdo José Bermejo
Derecha: La firma de José Bermejo y Carballo como hermano mayor en las cuentas de la Hermandad del Santísimo Sacramento y Ánimas Benditas de la parroquia de San Vicente de 1885

Otra muestra de lo valioso que supuso el período en que José Bermejo presidió la hermandad lo tenemos en lo que ocurrió en la salida de 1882. Era el primer año en que el paso de misterio salía tal como lo conocemos hoy. Las andas se estrenaron en 1881, pero la imagen del Cristo llegaría en octubre de ese mismo año. En la salida sin embargo la cofradía se vio sorprendida por la lluvia en la actual calle Alfonso XII, y en vez de regresar a San Vicente, se refugió en la iglesia de San Gregorio, donde por entonces se había establecido la derruida parroquia de San Miguel. Lo lógico sería que regresase a su templo, pero Bermejo quiso que el paso se luciese y solicitó que la cofradía saliese en la madrugada del Viernes Santo, contando con los permisos tanto de la autoridad civil como eclesiástica, mas como desde las doce de la noche continuaba la lluvia se acordó (aun teniendo a todos los hermanos nazarenos vestidos con sus túnicas en la parroquia de San Miguel), que si entre las once y las doce de la mañana hacía bueno, se continuaría la estación, para salir a las doce y entrar a las tres, solicitando de nuevo los oportunos permisos. Aunque en principio el alcalde le negó la licencia para este tercer intento de salir, finalmente se consiguió y como se presumía, entre las once y las doce mejoró el tiempo y pudo continuar el recorrido, aunque a la salida de la catedral un fuerte viento trajo consigo una ligera lluvia a intervalos que le acompañó hasta San Vicente. La salida, además, se produjo entre las horas en que el Señor permaneció en la cruz, en las cuales pronunció sus siete últimas palabras, y la hermandad solicitó en los sucesivos cabildos de toma de horas que se le señalase ese horario alternativo en caso de lluvia el Miércoles Santo, como de hecho lo verificó en otros años9.

Se suele comentar que Bermejo fue el mejor hermano mayor que tuvo esta hermandad. No es casual que se acordase colocar una lápida en la entrada de la capilla en su memoria, que aunque tiene otra gemela dedicada a su propio sobrino Francisco de Paula Morales y Bermejo, es y debe ser recordatorio de quien dedicó su conocimiento, su trabajo y hasta parte de sus ingresos a engrandecerla.

José Bermejo, hermano del Rosario de San Vicente

En la historia de la Archicofradía de las Siete Palabras se ha dado el caso curioso, o tal vez no tanto, de que cuando existían por separado la corporación penitencial en el convento del Carmen, y las hermandades Sacramental y del Rosario en la parroquia de San Vicente, algunos hermanos perteneciesen a las tres de manera simultánea. Así lo hemos podido comprobar con algunos como Vicente de Torres y Andueza, José María Goyeneche, Pablo Faustino de Ceballos, Juan José de Villarrica, Antonio Janin, el marqués de Rivas, Mariano Alcerreca, Manuel del Castillo, Manuel Filpo y más recientemente Rafael Martínez Vallejo, entre otros. Uno de los que fueron cofrades fue José Bermejo, quien ingresaría el 28 de septiembre de 1865, declarando que su domicilio estaba en la Universidad Literaria10.

Desconocemos, sin embargo, si llegó a formar parte de la junta de gobierno de esta hermandad, ya que sus contactos con ella serían más frecuentes cuando la Hermandad de las Siete Palabras se trasladó a San Vicente. La ausencia de actas de la Hermandad del Rosario en esta época nos impide saberlo. Sí lo vemos asistiendo a un cabildo el 17 de diciembre de 1871, único acta suelta que se conserva de la época, pero no creemos descabellado pensar que Bermejo ocupase algún cargo en la hermandad11.

José Bermejo, hermano mayor de la Hermandad Sacramental

Como ejemplo de lo que decimos, podemos comprobar que nuestro personaje perteneció a las tres hermandades históricas de la parroquia. En una carta dirigida en 1878 por el hermano mayor, Felipe de Quinta, se le solicita a Bermejo la asistencia al cabildo general que iba a tener la hermandad. De Quinta comenta que llevaba veinte años en el cargo y sesenta como oficial de la junta, y que tenía ochenta años de edad, y se encontraba con pocas fuerzas para continuar en el cargo. Además le ruega le comunique al resto de los hermanos de las Siete Palabras que también fuesen de la Sacramental, que acudiesen a la convocatoria12, lo cual demuestra lo que antes comentábamos.

Ciertamente la hermandad atravesaba un difícil momento, fruto de la pérdida de todas sus propiedades durante el siglo debido a las diferentes leyes desamortizadoras. Prácticamente sin cultos y sin hermanos, llegó el momento en que Bermejo fue de nuevo la tabla de salvación. Como ocurre con la del Rosario, hay muchas lagunas documentales que no nos permiten conocer desde cuándo se hizo cargo de la presidencia de la histórica hermandad, pero hemos localizado unas cuentas redactadas y firmadas por el propio José Bermejo de 188513.

Curiosamente, la documentación de la hermandad en el siglo XIX alcanza hasta 1888, año del fallecimiento de Bermejo, con lo cual es bastante probable que a su óbito el resto de sus colaboradores no quisiese continuar su labor en esta corporación, y de hecho hasta 1906 no volvió a tener actividad14.

Rafael Jiménez Sampedro
Fotografías: Rafael Jiménez Sampedro y Archivo de la Hermandad de las Siete Palabras.

1JIMÉNEZ SAMPEDRO, Rafael: La Archicofradía de las Siete Palabras. Sevilla, 2012, pp. 100-102.
2ARCHIVO DE LA HERMANDAD DE LAS SIETE PALABRAS (A.H.S.P.). Sección 7. 1.4.1.1. Registro de hermanos 1798, s.f.
3JIMÉNEZ SAMPEDRO, Rafael: La Archicofradía de las Siete Palabras, op. cit., p. 87.
4BERMEJO CARBALLO, José: Glorias religiosas de Sevilla. Sevilla, 1882, pp. 332-333.
5JIMÉNEZ SAMPEDRO, Rafael: La Archicofradía de las Siete Palabras, op. cit., p. 87.
6GONZÁLEZ RAMALLO, Víctor José: “La controvertida salida procesional de las Siete Palabras en la Semana Santa de la Primera Re­pública”, en Boletín de las Cofradías de Sevilla, nº 624, febrero de 2011, pp. 131-135.
7A.H.S.P. Sección 7. 1.3.1.1. Correspondencia emitida 1727-1938.
8JIMÉNEZ SAMPEDRO, Rafael: La Archicofradía de las Siete Palabras, op. cit., p. 98.
9Ibídem, pp. 93-94.
10A.H.S.P. Sección 5. 1.4.1.5. Registro de hermanos 1823, s.f.
11A.H.S.P. Sección 5. 1.2.6. Actas 1871, s.f.
12A.H.S.P. Sección 7. 1.3.2.1. Correspondencia recibida 1850-1879.
13A.H.S.P. Sección 6. 3.1.29. Cuentas 1876-1885.
14JIMÉNEZ SAMPEDRO, Rafael: La Archicofradía de las Siete Palabras, op. cit., p. 238.