A pesar del medio milenio que la Hermandad de las Siete Palabras conmemoró durante el año 2011, la corporación no adquiere el carácter Sacramental hasta 1966, tras su fusión con la del Santísimo Sacramento, Ánimas Benditas, Cristo Crucificado y Nuestra Señora del Rosario establecida en la parroquia de San Vicente, fundada en 1511 por doña Teresa Enríquez, rindiendo desde entonces culto a Su Divina Majestad. Con esta fructífera unión entre ambas corporaciones, su patrimonio artístico y documental se acrecienta notablemente con obras de gran valía que van desde colecciones pictóricas hasta escultóricas, hallándose entre estas últimas la singular efigie de Nuestro Padre Jesús de la Divina Misericordia.
Esta sugestiva imagen de Nazareno fue esculpida por el prestigioso Felipe de Ribas en 1640, “con la cabeza y manos de cedro, y lo demás de pino de Segura”, para ser titular de una antigua hermandad, con sede en San Vicente, conformada por sacerdotes tras previo encargo de Alonso de Bazán, su mayordomo, fijándose en 50 ducados. Nueve años más tarde pasa a una de Ánimas del Purgatorio que, a su vez, quedaría fusionada con la citada Sacramental antes de la finalización del Seiscientos heredando, en cierto modo, esta hermosa efigie del Señor con la Cruz a Cuestas. Esta travesía continúa con su llegada a la Semana Santa tras la referida asociación en septiembre de 1966 entre la de las Siete Palabras y la mencionada Sacramental de la parroquia de San Vicente. El Nazareno de la Divina Misericordia, de 1,71 metros, es el único con esta iconografía documentado de los realizados por Felipe de Ribas, se la adjudica el de la Salud perteneciente a la Sacramental de San Pedro pero, al igual que otros investigadores, personalmente no vemos indicios que lo acerquen a la producción del maestro cordobés, no ocurre lo mismo con el Gran Poder del Convento de las Concepcionistas de Lebrija y el más desconocido Nazareno de la cercana localidad de Manzanilla, en el condado onubense, cuyos rasgos estilísticos y morfológicos se aproximan en demasía a los exhibidos por el de la Divina Misericordia, siendo de mayor tamaño que el de San Vicente, con dos metros de altura, como evidenciamos personalmente en una casa particular hace algunos años mientras la parroquia se encontraba cerrada por obras. Su llegada a Manzanilla se produce en el siglo XX, trasladándose en la década de los cuarenta por el párroco de Manzanilla don José Lora Fernández. Como tantas leyendas populares, la tradición oral admite su procedencia de una parroquia sevillana, sin que supieran apuntarnos cual, no obstante con nuestra exagerada imaginación no dudamos ni un instante los presentes en pensar en el simulacro de Jesús con la Cruz a Cuestas que Felipe de Ribas elaborara precisamente para la parroquia de San Pedro, destinada a ornamentar el monumento, hoy en paradero desconocido si descartamos su correspondencia con el Nazareno de la Salud que recibe culto en dicha parroquia del centro de Sevilla.
A izquierda: fotografía del Señor de mediados del siglo XX. A la derecha: Señor del Gran Poder del Convento de las Concepcionistas de Lebrija
Una comparativa entre las imágenes nombradas, nos llevaría a evidenciar las analogías entre los tres Nazarenos, si abordamos su análisis morfológico, estético y estilístico, la sola visión de cualquiera de ellos rápidamente recuerda los grafismos de los otros, argumentándose esta relación sobretodo en sus admirables cabezas, giradas hacia la derecha y soportada por largos cuellos anatomizados, con amplias y pobladas cabelleras como es habitual en los hermanos Ribas, peinándose con raya al medio, y dejando caer un amplio mechón en la diestra a la vez que se recoge en la siniestra montando sobre los pabellones auditivos que quedan visibles. Los rostro son alargados, pliegue del entrecejo, frente amplia y despejada desde la que caen regueros de sangre, careciendo todos de corona de espinas, salvo que sean postizas como sucede con el de San Vicente, nariz aguileña, ojos muy cerrados, pómulos muy marcados como sucede con el resto de los huesos, bigotes muy poblados por encima de la barba, dejando muy libre el surco labionasal, boca entreabierta y mentón libre, para terminar con tantas semejanzas las manos son grandes y fuertes, con dedos largos y carnosos. Estilísticamente, los tres beben de las fuentes inmejorables dejadas por Montañés y Juan de Mesa con las creaciones del Señor de Pasión y del Gran Poder respectivamente, los dos grandes Nazarenos que marcarán la primera parte del Siglo de Oro, más si cabe cuando Felipe de Ribas a la edad de doce años entró como discípulo de su paisano Juan de Mesa.
Jesús Nazareno, de Manzanilla (Huelva)
Sea como sea, y volviendo al titular de las Siete Palabras, considerando sus innegables valores artísticos, la hermandad resuelve que el Nazareno de la Divina Misericordia forme parte de su cortejo penitencial cada Miércoles Santo, pasando de un solo paso a contar con tres en un corto espacio de tiempo en lo que a cronología cofradiera se refiere. Para la elaboración de las andas sobre las que procesiona en solitario el Señor de la Divina Misericordia se toma como fuente principal la mejor tradición sevillana, fundiéndose en una misma idea el portentoso paso barroco del Señor del Gran Poder y la plata neobarroca sobre la que posa sus pies el Señor de Pasión, realizándose en plata de ley en su color por el taller de Viuda de Villarreal entre los años 1977 y 1989, si bien bastante mejorado en los últimos años con los nuevos elementos incorporados. Mas allá de su perfil, repartidos en estas andas hallamos una serie de elementos iconográficos e iconográficos que vienen a enriquecer aun más el mensaje que la cofradía pretende transmitir a los fieles.
Las andas fueron bendecidas por el cardenal Bueno Monreal el Sábado de Pasión dos de abril de 1977. Su morfología repasa las conquistas del siglo XVII, exhibidas como ya hemos apuntado en el paso del Señor del Gran Poder como manifiesta su contorno, alternándose las líneas curvas y contracurvas dejando entrantes y salientes, y las cuatro águilas bicéfalas de los ángulos sosteniendo entre sus garras tarjas con las heráldicas de las cofradías de la feligresía de San Vicente: el Museo, la Vera-Cruz, las Penas, y la propia de las Siete Palabras. En el resto del canasto se reparten cuatro cartelas en madera tallada y policromada, custodiadas por ángeles tallados por Rafael Barbero, encerrando las efigies del Gran Poder, Pasión, el Cachorro, y las Siete Palabras, emplazándose en el frontal, trasera y costeros de las andas respectivamente. El sentido simbólico comienza a cobrar fuerza en la cornisa del canasto con la triada de ángeles virtudes portando elementos sacramentales como un ostensorio en el frontal, y un copón y un cáliz en los de los costeros a uno y otro lado del Señor de la Divina Misericordia, alegorías ambas del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Los respiraderos son de traza recta, delimitándose por una moldura de plata labrada tanto en su parte superior como inferior. En su interior aparecen cuatro cartelas igualmente argénteas representando algunos de los Santos Lugares en los que se manifestó la misericordia de Dios, en alusión a la hermosa advocación del Nazareno: Gruta de la Natividad a la derecha, Roca de la Agonía (trasera), Santo Sepulcro (izquierda) y Abadía del Tránsito (frontal). El resto, se adorna al presente con un total de veinte cartelas bordadas en hilos de sedas de colores, confeccionadas por el taller de Fernández y Enríquez, inspiradas en los grabados que ilustran la edición castellana de la obra Regia Via Crucis (Amberes, 1635), escrita por el flamenco Benedictus van Haeften, aparecida como Camino Real de la Cruz en la traducción castellana llevada a cabo en 1721 por Fray Martín de Herze, Predicador General de la Religión de San Benito de la Congregación de Valladolid. Cada escena mantiene las cruces desnudas, planas o cepilladas tintadas en color verde como alegoría de la obra redentora de Jesús, es sinónimo de Vida, según la idea mística popularizada por San Buenaventura en su Lignum Vitae; tal como reza la Antífona “O Crux, Viride Lignum”, al entonar el Vexilla Regis durante el Oficio del Viernes Santo, festividad en la que la Iglesia celebra la Adoración de la Cruz; apoyándose de igual forma en la correspondiente cita evangélica de San Lucas, “porque si esto se hace con el leño verde, en el seco ¿qué será? (Lc. 23,31). Realmente estamos ante una alegoría del propio Redentor que con su sacrificio preservará al género humano, el verde expresa el Triunfo de la Vida sobre la Muerte; esta idea tiene su correspondencia en el lenguaje icónico de nuestros días, al ser el color escogido para las cruces de las farmacias. Este rico lenguaje, concede una nota de originalidad al paso acentuando el instante en el que Nuestro Señor se dirige al Calvario cargando con el Madero, relegando de esta forma a los juegos florales que desde 1990 decoraban el frontal de los respiraderos.
Por su parte, el recatón de la llagada cruz martirial que porta el Señor descansa sobre la Calavera de Adán, amparada por revoltosos ángeles jugueteando en pos de ella, recuperando una antigua tradición en las cofradías hispalenses, expresando un concepto medieval recordando, por un lado la colina del Gólgota como signo toponímico alusivo al nombre del monte, “el lugar de la calavera”, y por otro el propio cráneo de Adán enterrado en el monte según la leyenda medieval. En realidad fueron los teólogos quienes alimentaron su presencia icónica, de aquí que el tema fuese asiduo a partir del Medievo, sobretodo en el arte flamenco. La Cruz fue construida con la madera procedente del árbol de la Ciencia o del Conocimiento, o de alguno nacido de sus semillas plantado sobre la tumba de Adán, el primer hombre, siendo al mismo tiempo el principal instrumento del que se sirvió el Mesías para concretar su obra Redentora, transmutándose en Trono de Dios para salvar a la descendencia de Adán, así el hombre viejo -Adán- es restaurado por el hombre nuevo –Cristo-, estableciendo una relación entre el Pecado Original y la Muerte Redentora de Cristo.
Como luminarias en las andas se mantienen los antiguos faroles, de cobre plateado, que iluminaban cada madrugá a la efigie de Nuestro Padre Jesús Nazareno, venerado titular de la Archicofradía del Silencio, viniendo a sustituir a los transitorios candelabros de guardabrisas de la primera salida. Los faroles que, por otra parte, tanta personalidad confieren al conjunto, fueron elaborados por Antonio Sandarán Arqués en 1913 interpretando un diseño concreto del pintor costumbrista Virgilio Mattoni, hombre instruido y versado en arte como atestigua su sólida formación académica en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y, sobretodo, en la prestigiosa Academia Chigi de Roma, obteniendo la plaza de profesor de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos a su regreso a Sevilla en 1874. Al margen de los faroles adquiridos a la Madre y Maestra, hoy en las Siete Palabras, su nombre se encuentra unido a la Semana Santa de Sevilla al participar como asesor artístico en la grandes reformas acometidas a finales de la centuria decimonónica en los tribunales de la Macarena y San Juan de la Palma; idearía el sitial de la Virgen de la Paz en el altar mayor de la parroquia de Santa Cruz que sirviera de referente al presente en el misterio de San Juan de la Palma; y asimismo abocetaría una saya para la Virgen de Montserrat. Como vemos una corta pero acertada productividad para nuestra Semana Mayor.
Los faroles presentan un formato cuadrangular en su cuerpo central, flanqueado por columnas añadidas en cada ángulo, descansando sobre un basamento, con friso corrido con resaltes rectangulares, en cada una de las caras queda inscrito un arco de medio punto dejando pasar la luz que se desprende de los codales insertados en el interior de los faroles. Las luminarias quedan rematadas por una elegante cúpula con base octogonal finalizado por un artístico remate bulboso, recordando su traza a diversas piezas de platería conservadas en el tesoro artístico de la Catedral, sin olvidarnos de la traza del conocido Triunfo consagrado a Nuestra Señora del Patrocinio, ubicado en la plaza a la que da nombre, construido a modo de templete barroco en el año 1756 por Tomás José Zambrano, Maestro Mayor de Obras de la Catedral, en conmemoración y agradecimiento por no haber sufrido desgracias personales un año antes durante el terremoto de Lisboa. Igualmente con formato cuadrado, se eleva sobre un artístico pilar, empleándose como materiales para su construcción piedras con incrustaciones de mármoles de colores, descubriéndose en los faroles diseñados por Mattoni muchas afinidades en su trazado que van desde el templete propiamente dicho pasando por las formas redondeadas del remate.
El programa iconográfico queda completo con los tejidos textiles presentes en los faldones de las andas y la túnica del Señor. Los primeros son de terciopelo color rojo, con el escudo de la Casa Real en su frente, con broches delanteros bordados, realizados todos en el taller La Esperanza. En lo concerniente a la prenda que viste el Señor cada Miércoles Santo, es obra con bordados en oro en efectuada en 2005 en el taller de Fernández y Enríquez sobre soporte textil de terciopelo color corinto, respondiendo a uno de los colores corporativos de la cofradía, signo también de Sangre y Fuego pero igualmente de Sacrificio y Amor, advirtiéndose insinuaciones sacramentales al ser del color del vino que en la Eucaristía se convierte en la Sangre de Cristo, ¿Por qué están rojos tus vestidos y la túnica, como quién pisa en el lagar? (Is. 63, 3); al mismo tiempo responde al doble carácter de Sacerdote y Rey presente en el Redentor, enunciada desde la Epifanía hasta la Cruxifición, y formula el señalado Vexilla Regis “engalanado con la púrpura del Rey, sólo tú fuiste elegido para que tan noble tronco entrara en contacto con miembros tan santos”. Por su parte los brillos manifiestan su Santidad, concediendo una singular presencia a la imagen de Felipe de Ribas, no en vano recordemos que este tipo de simulacros barrocos fueron concebidos para lucir vestiduras de gran riqueza realizadas con tejidos naturales, motivado por el especial sentimiento de humanizar a las imágenes, facilitando una mayor comunicación entre la imagen propiamente dicha y el conjunto de devotos, producto del periodo artístico en el que fueron creadas al contrario de la moda contemporánea de ataviar a las imágenes con túnicas lisas buscando un mayor movimiento de la misma, impedido en las primeras por el peso de los bordados. La pieza sigue un diseño de marcado carácter romántico, recamándose en oro únicamente la guardilla, pecho y bocamangas, empleándose en su ornamentación motivos vegetales a base de acantos haciendo referencia nuevamente al triunfo de Jesucristo sobre la muerte y el pecado.
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Francisco Javier González García
Fotos: Rafael Alcázar Otero, Rafael Jiménez Sampedro, Fototeca del Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla, Web Manzanilla Cofrade, Fototeca del Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla y Archivo del Autor.